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Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él. (Prov. 23:7)


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MENSAJES SUD

             

(15) MÁS ALLÁ DE LAS PALABRAS

27 de octubre de 2012


     Mihály Horváth1 nació en Hungría en 1896. Para el año 1920 ya se había recibido de farmacéutico en la Universidad Católica Péter Pázmány de Budapest. A los veinticinco años contrajo matrimonio con Antonia Sterz, cinco años menor que él. Un año más tarde (en 1922) nacía Eva Teodora, su única hija.

     Debió ser Eva una joven muy atractiva, pues su padre, amén de dedicarse a atender su farmacia, era también fotógrafo aficionado y acostumbraba a retratarla para sus exposiciones, las cuales alcanzaron cierto renombre en su país y fuera de fronteras.

     En 1935 sobrevino la guerra en Europa. Su país intervino como aliado de Alemania. Fueron años muy difíciles y crueles, sobretodo para la población civil. Sin embargo, Mihály logró sobrevivir a los peligros que le acechaban hasta que un día de marzo de 1945, ya en las postrimerías del conflicto, se vio impulsado a prestar socorro como “médico improvisado” a los heridos que eran transportados por tren lejos del frente. Se encontraba en la misión de aliviar el dolor de aquellas víctimas cuando el convoy fue bombardeado por aviones enemigos. Tratando de salvar vidas entregó la suya al resultar seriamente herido y fallecer poco después.

     La historia de Mihály Horváth es una más entre las incontables historias de vidas ofrecidas en el servicio al prójimo en medio de guerras, pestes y cataclismos. Su nombre se hunde en el mar del anonimato que recoge a través de las centurias a miles, cientos de miles de hombres, mujeres y aun niños que han ofrendado su más valiosa posesión terrenal (la vida) en el servicio desinteresado a sus semejantes, a sus ideales o a su país.

     Dios conoce a cada uno de ellos y su sacrificio no ha de resultar vano en términos de la eternidad. Para el Señor “nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos”2.

     El ejemplo más sublime de servicio lo ofreció Jesucristo, “quien se dio a sí mismo en rescate por todos”3, padeciendo en Getsemaní y luego en la cruz, un “padecimiento que hizo que (Él), Dios, el mayor de todos, temblara a causa del dolor y sangrara por cada poro y padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu, y deseara no tener que beber la amarga copa y desmayar”4.

     Durante todo Su ministerio terrenal el Salvador enseñó el valor del servicio. La sublime parábola del Buen Samaritano muestra que nuestro servicio no debe estar condicionado por intereses personales, prejuicios ni comodidades; que debe aflorar en nuestros actos en cualquier momento y bajo cualesquiera circunstancias, debiendo ir más allá de las apariencias o los hechos superficiales.

     Jesucristo reconoce nuestros actos de servicio y los valora sobremanera, al punto de decirnos: “ De cierto os digo que en cuanto lo hicistéis a uno de éstos, mis hermanos más pequeños, a mí lo hicistéis”5.

     Por lo general, no nos es requerido ofrendar nuestras vidas en el servicio a los demás en el mismo grado que Mihaly Horvath lo hizo. Pero si analizamos el asunto con un poco más de detenimiento, el “dar la vida por los demás” tiene un alcance más amplio y no menos generoso. ¿En qué otras formas puede uno “poner su vida” por sus amigos, por sus hermanos o, en términos generales, por su prójimo?

     En un seminario para formación de líderes, el instructor inquirió de los participantes el significado del término “tiempo”. Las personas allí presentes comenzaron a sugerir distintas definiciones. Para unos el tiempo era un recurso valioso que debía utilizarse con eficiencia para obtener los logros deseados. Otros propusieron que era aquello que medíamos con relojes y permite distribuir nuestras actividades a lo largo del día de una manera racional. Muchos quedaron en silencio, pues resultaba un concepto “tan obvio” que se sentían incapaces de definirlo.

     Luego de escuchar las distintas ponencias, el instructor escribió en la pizarra una sola palabra dando por terminada toda discusión: VIDA. “El tiempo es nuestra vida que pasa”, dijo pausadamente.

     Se desprende de ello que cuando uno “pone su vida” por los demás lo que está haciendo es “dar de su tiempo” al servicio de quienes están necesitados de ello. Es imposible pensar siquiera en servir si uno no está dispuesto a dar de su tiempo para los demás.

     Puesto que el servicio es la esencia del Evangelio, nuestra vida debe estar encaminada en la senda del servicio. “Cuando (n)os halla(mos) al servicio de (n)uestros semejantes, sólo esta(mos) al servicio de (n)uestro Dios”6.

     El servicio genuino produce felicidad, gozo. Esa clase de gozo que es la verdadera razón de nuestra existencia7. El poeta Rabindranath_Tagore lo expresó de esta manera: "Dormía y soñaba que la vida era alegría, desperté y vi que la vida era servicio, serví y vi que el servicio era alegría."

     Podemos encontrar oportunidades de servir en todo momento y en todo lugar. Basta mirar a nuestro derredor para ver cuán necesitado está el mundo de nuestro servicio. Si el egoísmo pudiese ser siempre desplazado por el servicio al prójimo, no habría lugar para el odio, el prejuicio ni el maltrato. La desconfianza iría a desaparecer y la honestidad volvería a ser el pilar de la sociedad. Los hombres aprenderían a amarse mejor unos a otros y la unidad prevalecería sobre las diferencias intrascendentes que hoy separan a unas personas de las otras. El servicio tiene la virtud de derribar las barreras que separan a ricos de pobres, a instruidos de incultos, a sanos de enfermos; mancomuna la vida de las personas que envuelve en su seno.

     Pero más allá de la retórica y las buenas intensiones debe prevalecer en nosotros la práctica de las buenas obras que el servicio demanda; pues debemos “se(r) hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándo(nos) a (n)osotros mismos”8.

     El servicio que prestamos puede abarcar desde la sonrisa que obsequiamos a quienes se cruzan en nuestro camino hasta las horas que pasemos cuidando a un enfermo; desde la dádiva generosa de unas manos que ayudan a arropar al menesteroso hasta un fin de semana limpiando el jardín de nuestro vecino. Con nuestro servicio podemos ayudar al iletrado a aprender a leer, al ciego a cruzar una calle, al anciano a subir una escalera. Podemos visitar a los dolientes llevándoles el alivio de nuestra compañía. Podemos invertir nuestro tiempo y talentos investigando nuestra genealogía y al asistir a los templos realizando la obra vicaria por quienes ya no están entre nosotros. La esencia del Evangelio es el servicio. Va más allá de las capillas, las reuniones y las posiciones. Al decir del presidente Monson: “Quizás cuando comparezcamos ante nuestro Hacedor, no se nos pregunte: ‘¿Cuántos cargos desempeñó?’, sino más bien: ‘¿A cuántas personas ayudó?’”9

     Es mucho lo que podemos hacer. Es mucho lo que falta por hacer. Hagámoslo con un corazón alegre y sencillo, recordando también que “la religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es ésta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo”10.

 

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(1) Mihály Horváth es mi tío-abuelo
(2) Juan 15:13
(3) 1 Timoteo 2:6
(4) Doctrina y Convenios 19:18
(5) Mateo 25:40
(6) Mosiah 2:19
(7) Véase 2 Nefi 2:25
(8) Santiago 1:22
(9) Thomas S. Monson, “Faces and Attitudes” [Rostros y actitudes], New Era, septiembre de 1977, pág. 50
(10) Santiago 1:27