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Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él. (Prov. 23:7)


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MENSAJES SUD

             

(32) OÍR LA VOZ DE DIOS

09 de marzo de 2013


     En 1820, en una alejada comarca rural de los Estados Unidos, un joven de catorce años tuvo un privilegio singular luego de casi dos milenios de oscuridad espiritual que se debatieron sobre la humanidad. Creyendo firmemente en el testimonio de Santiago de que quien tuviese “falta de sabiduría (la pidiese) a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche”, tomó la decisión de retirarse a un bosque cercano y poner a prueba las palabras del apóstol de Cristo según se hallan registradas en la Biblia1. El siguiente es el relato de lo acontecido según sus propias palabras:

“Después de apartarme al lugar que previamente había designado, mirando a mi derredor y encontrándome solo, me arrodillé y empecé a elevar a Dios el deseo de mi corazón. Apenas lo hube hecho, cuando súbitamente se apoderó de mí una fuerza que me dominó por completo, y surtió tan asombrosa influencia en mí, que se me trabó la lengua, de modo que no pude hablar. Una densa obscuridad se formó alrededor de mí, y por un momento me pareció que estaba destinado a una destrucción repentina.
“Mas esforzándome con todo mi aliento por pedirle a Dios que me librara del poder de este enemigo que se había apoderado de mí, y en el momento en que estaba para hundirme en la desesperación y entregarme a la destrucción —no a una ruina imaginaria, sino al poder de un ser efectivo del mundo invisible que ejercía una fuerza tan asombrosa como yo nunca había sentido en ningún otro ser— precisamente en este momento de tan grande alarma vi una columna de luz, más brillante que el sol, directamente arriba de mi cabeza; y esta luz gradualmente descendió hasta descansar sobre mí.
“No bien se apareció , me sentí libre del enemigo que me había sujetado. Al reposar sobre mí la luz, vi en el aire arriba de mí a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: Éste es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!2

     Aquél joven —cuyo nombre era José Smith— tuvo la inefable bendición de oír la voz de Dios testificar de su Hijo Unigénito. El Padre Celestial le habló “cara a cara”, así como había acontecido en tiempos de antaño con Moisés cuando el Señor le llamó a ser Su profeta3. Aquella experiencia, que llegó a ser conocida como la Primera Visión, marcó el inicio de la dispensación del Cumplimiento de los Tiempos, predicha por los antiguos profetas y largamente esperada por las huestes de los cielos. El tiempo para la predicación de la plenitud del evangelio sobre la tierra, para la restauración de las llaves de la autoridad divina y de las ordenanzas de salvación, y para el inicio del recogimiento definitivo del pueblo de Israel, había finalmente llegado. La primer gran señal de tan trascendentales acontecimientos fue la de que un ignoto campesino, en un condado a miles de kilómetros de distancia de la tierra de Jerusalén, tuviera la sagrada experiencia de oír la voz de Dios revelándole Su voluntad.

     De la Primera Visión se desprenden enseñanzas fundamentales acerca de la naturaleza de Dios y de Su hijo Jesucristo. Se pone en evidencia la relación estrecha de la Deidad con el hombre. Por lo menos cuatro de los Artículos de Fe4 de nuestra Iglesia se derivan directamente de esa visión. En lo que refiere a oír la voz de Dios, el Artículo de Fe noveno es concluyente cuando afirma:

“Creemos todo lo que Dios ha revelado, todo lo que actualmente revela, y creemos que aún revelará muchos grandes e importantes asuntos pertenecientes al reino de Dios.”

     El principio de la revelación continua trasciende el plano eclesiástico y constituye también un pilar en la relación personal de cada uno de Sus hijos con el Padre Celestial. Cuando Jesús, para hacerles reflexionar, inquirió de Sus apóstoles qué pensaban de Él, la respuesta de Pedro testificando que Él era “el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, motivó la siguiente sublime declaración del Salvador:

“Bienaventurado eres, Simón hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
“Mas yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.”5

     La verdadera Iglesia de Cristo debe estar sustentada en la roca de la revelación. Esa roca debe ser también el fundamento de la vida de los santos. La experiencia de José Smith en la Arboleda Sagrada, así como muchas otras vividas por profetas y discípulos selectos del Señor, testifican que es posible que el hombre pueda oír la voz de Dios. ¿Significa ello que cualquiera de nosotros pueda tener una experiencia similar en el transcurso de su vida?

     Obviamente que recibir la visita personal del Padre o del Salvador resucitado es un hecho extraordinario que pocas veces se ha registrado en las Escrituras si tomamos en cuenta que éstas abarcan más de seis mil años de historia de la humanidad.

     Las Escrituras testifican que podemos oír la voz de Dios. En tiempos del Éxodo, todo el pueblo oyó la voz de Jehová, y Moisés dio testimonio de ello al clamar ante la congregación:

“Y habló Jehová con vosotros de en medio del fuego; oisteis la voz de sus palabras, pero a excepción de oír la voz, ninguna figura visteis.”6

     Con todo, debe entenderse que existen otras formas en que la voz del Señor puede ser oída. Esas otras formas de oír la voz de Dios son las más comunes, sin que ello merme la realidad del acontecimiento ni le quite su valor. Es que el proceso de la revelación —la comunicación de Dios al hombre para transmitirle Su palabra— envuelve más canales que el de la mera audición física.

     En el prefacio del Señor al libro de Doctrinas y Convenios se lee:

“Porque, en verdad, la voz del Señor se dirige a todo hombre, y no hay quien escape; ni habrá ojo que no vea, ni oído que no oiga, ni corazón que no sea penetrado...
“Y la voz de amonestación irá a todo pueblo por boca de mis discípulos, a quienes he escogido en estos últimos días...
“Lo que yo, el Señor, he dicho, yo lo he dicho, y no me disculpo; y aunque pasaren los cielos y la tierra, mi palabra no pasará, sino que toda será cumplida, sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo.”7

     De manera que debemos recibir las Escrituras y las palabras de Sus profetas inspirados por el Espíritu Santo, como si vinieran de la propia boca del Señor. En ese sentido podemos afirmar que, al recibirlas, es como si las hubiéramos escuchado del Señor mismo.

“Y yo, Jesucristo, vuestro Señor y vuestro Dios, lo he hablado.
“Estas palabras no son de hombres, ni de hombre, sino mías; por tanto, testificaréis que son de mías, y no del hombre.
“Porque es mi voz la que os las declara; porque os son dadas por mi Espíritu, y por mi poder las podéis leer los unos a los otros; y si no fuera por mi poder, no podríais tenerlas.
“Por tanto, podéis testificar que habéis oído mi voz y que conocéis mis palabras.”8

     Muchas respuestas a nuestras interrogantes, muchas de las soluciones que buscamos a nuestros problemas y gran parte del consuelo que procuramos al sentirnos tristes o apesadumbrados por las cargas de la vida, podemos encontrarlas en las Escrituras y las palabras inspiradas de Sus discípulos escogidos.

     Hablando del ministerio de Sus enviados, el Señor nos ha indicado:

“y ésta es la norma para ellos: Hablarán conforme los inspire el Espíritu Santo.
“Y lo que hablen cuando sean inspirados por el Espíritu Santo será Escritura, será la voluntad del Señor, será la intención del Señor, será la palabra del Señor, será la voz del Señor y el poder de Dios para salvación.”9

     Al escudriñar las Escrituras, podremos encontrar lo que buscamos para ayudarnos a superar nuestras pruebas, mediante nuestra diligencia y la guía del Espíritu Santo.

     Pero existe un canal aún más personal para oír la voz del Señor. Es el que se deriva de la humilde oración de fe, la que brinda “reposo al cansado... trae consuelo al herido, paz al corazón”10.

     Poco antes de ser llamado como escribiente del Profeta, Oliverio Cowdery había “acudi(do) al Señor para saber si lo que le habían dicho (acerca de José Smith) era verdad, y el Señor le manifestó que (aquello) era verdadero”11. Días después, José Smith recibió la revelación que se encuentra en la sección 6 de Doctrina y Convenios donde el Señor le recuerda a Oliverio Cowdery la ocasión de su ruego. Lo siguiente es parte de esa revelación:

“De cierto, de cierto te digo: Si deseas más testimonio, piensa en la noche en que me imploraste en tu corazón, a fin de saber tocante a la verdad de estas cosas.
“¿No hablé paz a tu mente en cuanto al asunto? ¿Qué mayor testimonio puedes tener que de Dios?”12

     Posteriormente el Profeta recibió mayor conocimiento acerca del proceso de obtener revelación. Ello está registrado en la sección 9 de Doctrina y Convenios donde se establece que el Señor “hablar(á) a (nuestra) mente y a (nuestro) corazón por medio del Espíritu Santo que vendr(á) sobre (nosotros) y morar(á) en (nuestro) corazón”13.

     Al respecto, el presidente Boyd K. Packer ha enseñado:

"He llegado a saber que la inspiración se manifiesta más como un sentimiento que como un sonido . . .
“El Señor tiene una forma de hacer que la inteligencia pura penetre en nuestra mente para Impulsarnos y guiarnos, y también para enseñarnos y ponernos sobre aviso, y vosotros podéis llegar a saber lo que tenéis que saber en forma instantánea. Vuestra es la responsabilidad de aprender a recibir tal inspiración.”14

     Una vez que obtenemos la certeza de un testimonio personal del evangelio, debemos continuar adelante perfeccionando nuestra capacidad de oír a Dios, puesto que resulta de vital importancia que tengamos desarrollada nuestra habilidad de comunicarnos con Él.

     Un hombre podrá aprender mucho acerca de la doctrina de la Iglesia, podrá llegar a prestar grandes servicios y alcanzar una gran reputación entre sus hermanos; podrá convertirse en una persona exitosa en los negocios o alguien de quien el mundo diga que es muy afortunado por causa de sus bienes materiales o posición social; podrá citar las más variadas escrituras de memoria y hablar con la elocuencia de un erudito, pero nada le valdrán todos esos logros si no aprende a oír la voz del Señor y seguir Su mandato.

     Ya sea que oigamos la voz de Dios desde las Escrituras, la escuchemos desde el púlpito de una conferencia general, la leamos en alguna de las publicaciones de la Iglesia o la recibamos a través de “la voz apacible y suave”15 del Espíritu Santo, no habrá mayor gozo ni huella más profunda en nuestra alma que la que nos deje el hecho de vivir en comunicación con Él, sabiendo por añadidura que “todo lo que es bueno viene de Dios”16, y que si seguimos Su palabra “nada prevalecerá en contra de (nosotros)”17.

 

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1) Véase Santiago 1:5
2) José Smith – Historia 1:15-17
3) Véase Exodo 3:4-22; 4:1-19
4) Artículos de Fe 1, 5, 6 y 9
5) Mateo 16:16-18
6) Deuteronomio 4:12
7) Doctrina y Convenios 1:2, 4, 38 (cursiva agregada)
8) Doctrina y Convenios 18:33-36 (cursiva agregada)
9) Doctrina y Convenios 68:3-4
10) Himno No. 81
11) History Of the Church, 1 :35
12) Doctrina y Convenios 6:22-23 (cursiva agregada)
13) Doctrina y Convenios 8:2 (cursiva agregada)
14) Líahona, enero de 1980, pág. 30 (cursiva agregada)
15) Doctrina y Convenios 85:6
16) Moroni 7:12
17) Doctrina y Convenios 32:3