--> EN LA ERA DE LA DESINFORMACIÓN (II)

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Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él. (Prov. 23:7)


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(28) EN LA ERA DE LA DESINFORMACIÓN (III)

09 de febrero de 2013


La vulgarización del amor     (continuación del artículo anterior)

     Es común citar el capítulo decimotercero de la primera epístola de Pablo a los santos de Corinto cuando se desea definir la naturaleza del amor. Pablo se refirió a la caridad o “el amor puro de Cristo” cuando mostró a los corintios, y al mundo, “un camino aún más excelente”1 que los mejores dones. A muchos les ha parecido (y sigue siendo así en nuestros días) que ser partícipes de los milagros y las proezas sólo atribuibles a la divina Providencia, ha de resultar en la mayor bendición imaginable. Sin embargo, Pablo recalca que, si bien buscar los mejores dones es encomiable y debe ser motivo de nuestro afán, “el amor puro de Cristo” constituye la esencia de la salvación y la vida eterna.

     El profeta Mormón resalta este hecho en sus enseñanzas diciendo que “si un hombre es manso y humilde de corazón, y confiesa por el poder del Espíritu Santo que Jesús es el Cristo, es menester que tenga caridad; porque si no tiene caridad, no es nada; por tanto, es necesario que tenga caridad... (pues) la caridad es el amor puro de Cristo, y permanece para siempre; y a quien la posea en el postrer día, le irá bien”2. Luego continúa diciendo:

“Por consiguiente, amados hermanos míos, pedid al Padre con toda la energía de vuestros corazones, que seáis llenos de este amor que él ha otorgado a todos los que son discípulos verdaderos de su Hijo Jesucristo; para que lleguéis a ser hijos de Dios; para que cuando él aparezca, seamos semejantes a él, porque lo veremos tal como es; para que tengamos esta esperanza; para que seamos purificados así como él es puro.”3

     La caridad —ese amor puro que recibimos de Jesús— es el reflejo del amor del Padre hacia nosotros. A la vez que resulta en una bendición inefable, es también un modelo de la forma en que debemos amar.

     Es así que Juan reconoce la dimensión formativa del amor puro de Cristo cuando afirma: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero”4.

     Así debe ser. De niños aprendemos a amar cuando somos amados, sea por nuestros padres, nuestros hermanos o las personas que nos prodiguen ese sentimiento. Podemos observar a nuestro derredor las consecuencias que la falta ese amor a edad temprana acarrean en los más pequeños, y las consecuencias indeseables que puede causarles en su vida adulta.

     Al haber aprendido el valor del amor a través del amor que recibimos, podemos luego volcarlo hacia el resto de nuestros semejantes de una manera más efectiva. Una de las virtudes del amor es que crece a medida que se lo brinda, llenando de felicidad el alma, tanto de quien lo dispensa como de quien lo recibe.

“Y la caridad es sufrida y es benigna, y no tiene envidia, ni se envanece, no busca lo suyo, no se irrita fácilmente, no piensa el mal, no se regocija en la iniquidad, sino se regocija en la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.”5

     Imaginemos lo que sería la vida si la caridad dirigiese los actos y los pensamientos de todos los individuos a la largo y ancho de la Tierra. Imaginemos cómo sería la vida si en los hogares, en las escuelas, en el trabajo y en los negocios, en la política y en el trato diario, en las relaciones internacionales y en todas las manifestaciones del quehacer humano, las personas actuaran conforme a la naturaleza del verdadero amor.

     ¿Qué ocurriría si todas las personas fuesen sufridas y benignas para con el prójimo; si dejaran las envidias y el orgullo a un lado, si tuviesen buenos pensamientos; si siempre rechazaran la iniquidad y se regocijaran tan sólo en la verdad estando dispuestas a sufrirlo todo por el bienestar de los demás; si creyesen todo lo que el Señor les manifestase; si estuvieran dispuestas a esperarlo todo de Él y a soportar las diferencias, las debilidades y los errores que caracterizan a la naturaleza humana?

     Después de la visita de nuestro Señor al continente americano, el pueblo se entregó a una vida de caridad y los registros nefitas anotan lo siguiente:

”Y ocurrió que en el año treinta y seis se convirtió al Señor toda la gente sobre toda la faz de la tierra, tanto nefitas como lamanitas; y no había contenciones ni disputas entre ellos, y obraban rectamente unos con otros.
“Y tenían en común todas las cosas; por tanto, no había ricos ni pobres, esclavos ni libres, sino que todos fueron hechos libres,y participantes del don celestial...
“Y el Señor los prosperó en gran manera sobre la tierra...
“Y he aquí, aconteció que el pueblo de Nefi se hizo fuerte, y se multiplicó con gran rapidez, y llegó a ser un pueblo hermoso y deleitable en extremo.
“Y se casaban y se daban en matrimonio, y fueron bendecidos de acuerdo con la multitud de las promesas que el Señor les había hecho.
“Y ... se guiaban por los mandamientos que habían recibido de su Señor y su Dios, perseverando en el ayuno y en la oración, y reuniéndose a menudo, tanto para orar como para escuchar la palabra del Señor.
“Y sucedió que no hubo contención entre todos los habitantes sobre toda la tierra, mas los discípulos de Jesús obraban grandes milagros.
“Y ocurrió que no había contenciones en la tierra, a causa del amor de Dios que moraba en el corazón del pueblo.
“Y no había envidias, ni contiendas, ni tumultos, ni fornicaciones, ni mentiras, ni asesinatos, ni lascivias de ninguna especie; y ciertamente no podía haber un pueblo más dichoso entre todos los que habían sido creados por la mano de Dios.
“No había ladrones, ni asesinos, ni lamanitas, ni ninguna especie de -itas, sino que eran uno, hijos de Cristo y herederos del reino de Dios.
“¡Y cuán bendecidos fueron! Porque el Señor los bendijo en todas sus obras; sí, fueron bendecidos y prosperaron...”6

     Tal vez debamos esperar hasta la Segunda Venida de Cristo para que un estado colectivo de semejante felicidad pueda volver a acontecer de manera tan extendida. Sin embargo, es altamente consolador saber que sí se puede dar ese deleitable estado de relación entre los verdaderos discípulos del Señor.

     Satanás, siendo “el padre de todas las mentiras” y sabiendo de estas cosas desde el principio, ha procurado impedir que la caridad se extienda entre los hombres. Consciente de que no es capaz de desparramar odio y desamor en forma universal, ha urdido, según su astucia, un camino para hacer que “todos los hombres sean miserables como él”7. Ese camino pasa por la vulgarización del amor.

Mirad que nadie os engañe...8

     Aunque parezca una paradoja, una de las palabras que más proliferan en el lenguaje y las acciones mundanas es la palabra amor. No porque abunden sus manifestaciones en el sentido manifestado por Pablo, sino porque se la emplea muchas veces fuera de su significado correcto.

     Es común usarla en lugar de la palabra querer. Este último término está asociado en su origen al concepto de deseo, voluntad de hacer algo o poseer algo9. Ésa es la primera acepción con que aparece en el diccionario10. Aunque se use este vocablo como expresión que refiere al amor, debemos tener el cuidado de diferenciar ambos significados. El empleo de la palabra amar se ha asociado tanto al acto de desear (querer), que es común, hoy en día, que muchos confundan literalmente el deseo con el amor. Con ello se corre el riesgo de legitimar lo que es puramente una pasión llegando a creer que se trata de aquel noble sentimiento de entrega desinteresada.

     Esta tergiversación del habla puede llegar a implantar en la mente la idea de que el querer es algo tan loable como el amar, cuando muchas veces el querer no es más que una expresión de llano egoísmo.

     Surgen entonces expresiones engañosas que, valiéndose de una falsa asociación con el concepto de amor, encubren el pecado. Por ejemplo, «Si me amas, haz lo que te pido», «Si nos amamos, no está mal», o la tan trillada frase «Hacer el amor». El amor no se hace, se siente. El amor se funda en el respeto hacia el ser amado y hacia la voluntad divina.

     En esto consiste básicamente la vulgarización del amor que impulsa el adversario. Cuando el deseo empuja a la pasión (y a ésta se la disfraza de amor) caen muchos valores y virtudes que componen la esencia del Plan de Salvación. Esto puede resultar obvio cuando se trata de situaciones como las relaciones extramaritales o de tristes realidades como la pornografía y otros pecados similares.

     Pero la contaminación resultante se impregna de tal manera en la cultura de la sociedad que puede sacudir los propios cimientos del matrimonio. Veamos en qué medida puede esto resultar cierto.

     Todos sabemos que, como parte del Plan de Salvación, nuestro Padre Celestial incluyó sentimientos de atracción mutua entre el hombre y la mujer, abarcando la integridad de su ser; es decir, cuerpo y espíritu.

     Hablando a los jóvenes, el élder Boyd K. Packer ha explicado de manera clara este concepto:

“Se puso en nuestros cuerpos, y esto es cosa sagrada, el poder de crear. Una luz, por decir así, que tiene el poder de encender otras luces. Es un don que debe usarse únicamente dentro de los vínculos sagrados del matrimonio. Mediante el ejercicio de este poder para crear, puede ser concebido un cuerpo terrenal, entrar en él un espíritu y nacer un alma nueva en esta vida.
“El poder es bueno. Puede crear y sostener la vida familiar, y es precisamente en la vida familiar donde encontramos las fuentes de la felicidad. Es dado virtualmente a todo individuo que nace en el estado terrenal. Es un poder sagrado y significativo, y vuelvo a repetir, mis jóvenes amigos, que este poder es bueno...
“Este poder creador viene acompañado de fuertes deseos e impulsos. Ya los habéis sentido en el cambio de vuestra actitud y vuestros intereses...
“Fue necesario que este poder de creación tuviera por lo menos dos dimensiones; uno, debe ser fuerte; y el segundo, debe ser más o menos constante.
“Este poder debe ser fuerte, porque la mayor parte de los hombres; debido a su naturaleza, buscan la aventura. Si no fuera por la persuasión compelente de estos sentimientos, los hombres se mostrarían reacios a aceptar la responsabilidad de mantener un hogar y una familia. Este poder también debe ser constante, porque se convierte en un vinculo enlazador en la vida familiar...
“¿Causa admiración, pues, que el matrimonio sea tan sagrado e importante en la Iglesia? ¿Podéis comprender por qué es vuestro matrimonio, el que desata estos poderes de creación para que podáis usarlos, el cual debe ser el paso más cuidadosamente proyectado y más solemnemente contemplado en vuestra vida? ¿Hemos de considerar fuera de lo común el que el Señor haya indicado que se construyeran templos para el propósito de efectuar ceremonias conyugales?”11

     Debemos prestar atención a estas palabras. Más allá de que claramente indican los límites dentro de los cuales ese sagrado poder puede ser liberado, dejan en claro que el matrimonio es mucho más que el medio para “desatar estos poderes”. El matrimonio es la preparación para la exaltación. Quienes logran constituirse a través de él en una unidad sólida y permanente, y lo solemnizan a través del nuevo y sempiterno convenio en la Casa del Señor, están cumpliendo con uno de los requisitos fundamentales para alcanzar la vida eterna12.

     Para ello, el matrimonio debe fundarse en la caridad y no en el torcido concepto del amor que maneja el mundo, aunque intente confundirnos sobreponderando el rol de la dimensión física de aquel “poder” al que se refiere el élder Packer.

     La unidad matrimonial basada en el amor puro de Cristo es entrega, nobleza, dedicación y compromiso, responsabilidad y honor, honestidad y templanza, paciencia y admiración, servicio y amabilidad, interés por el bienestar mutuo, franqueza e integridad. Lejos está de ese amor fraudulento basado en el deseo, en el egoísmo y las exigencias, en la sensualidad y la desidia, en la sumisión y el mal trato, en la desconsideración y la grosería. Estos ingredientes, aunque en ínfima proporción, hacen un daño considerable al matrimonio y comprometen la felicidad de la familia.

“Esto también debe(mos) saber: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, ... blasfemos,...impíos, sin afecto natural, implacables, ... sin dominio propio,... impetuosos,... amadores de los deleites más que de Dios, teniendo a apariencia de piedad, pero negando la eficacia de ella; a éstos evit(emos).”13

     Por tanto “miremos de no ser engañados”, porque los agentes de la desinformación “entrarán en medio de (n)osotros (como) lobos rapaces que no perdonarán al rebaño”14. No permitamos que el concepto frívolo y vulgar que el mundo ha popularizado sobre el amor penetre en nuestras mentes y corazones. Antes bien miremos hacia Cristo y Sus enseñanzas.

     Respecto de las falacias del adversario, “por sus frutos l(as) conoce(mos) ...”15

 

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1) 1 Corintios 12:31
2) Moroni 7:47
3) Moroni 7:48
4) 1 Juan 4:19
5) Moroni 7:45
6) 4 Nefi 1:2-18
7) 2 Nefi 2:27
8) Marcos 13:5
9) Del latín quaerére, tratar de obtener
10) Por ejemplo, ver el Diccionario de la Real Academia Española
11) “¿Por que conservarnos moralmente limpios?”, Liahona enero 1973, pág. 15
12) Véase Doctrina y Convenios 131:1-4
13) 2 Timoteo 3:1-5
14) Hechos 20:29
15) Mateo 7:16